La adolescencia es una etapa del ciclo vital en la que se producen profundos cambios en el nivel físico, social y psicológico, y durante la cual -en condiciones normales-, por lo general, se afianzará la identidad personal y se comenzará a elaborar un proyecto de vida. (Obiols y Obiols, 2000; Casullo y Fernández Liporace, 2001).
Pero también los adolescentes, por la propia dinámica evolutiva que los caracteriza, están expuestos a una mayor probabilidad de desajustes en el equilibrio psicosocial sujeto-entorno, lo que puede repercutir en su desarrollo psicológico, y potenciar o disminuir el efecto de dificultades relacionadas con la confianza en sí mismo, la timidez, la ansiedad, el sentimiento de autoeficacia, la autoestima, y el afrontamiento entre otros aspectos (Casullo, 1998; Frydenberg y Lewis, 1997). Por esta razón, el proceso de entenderse a sí mismo, a los demás y las relaciones humanas es parte importante del crecimiento en la adolescencia y la edad adulta.
En esta etapa también se enfrentan a cambios hormonales que influyen directamente en su comportamiento emocional y social. Estos cambios pueden provocar momentos de confusión o irritabilidad que, si no se gestionan adecuadamente, podrían llevar al desarrollo de patrones negativos de interacción y comportamiento. Asimismo, la influencia del entorno social y cultural, como las redes sociales y los estereotipos de éxito, puede agravar la presión que sienten los adolescentes, dificultando su capacidad para construir una identidad sólida y equilibrada.
Los adolescentes son más vulnerables y tienen más predisposición a sufrir problemas de tipo psicológico. Como consecuencia de la gran evolución tecnológica, los adolescentes están más expuestos a factores etiopatogénicos. Hoy en día, en la era del internet, los más jóvenes pueden hacer sus apuestas desde cualquier lugar, aumentando notablemente los casos de adicción al juego o ludopatía. Por no hablar del estereotipo social de «cuerpo perfecto» que contribuye a la aparición de trastornos de conducta alimentaria (anorexia, bulimia, vigorexia) entre los más jóvenes. Por ello, detectarlos y tratarlos a tiempo supone la prevención de la enfermedad en la vida adulta.
Además, las dinámicas sociales actuales presentan desafíos únicos, como el ciberbullying, que amplifica el impacto de la exclusión social. La presión por obtener buenos resultados académicos y ser exitosos en un contexto competitivo también puede llevar al agotamiento emocional o al conocido «burnout» estudiantil.
La exposición a redes sociales, aunque ofrece oportunidades para conectar con otros, puede fomentar la comparación constante, aumentando la percepción de insuficiencia personal. Estudios recientes indican que el tiempo prolongado en redes sociales puede estar correlacionado con un mayor riesgo de depresión, especialmente en adolescentes.
Por otro lado, las expectativas familiares son otro factor relevante. Los adolescentes que sienten una presión constante para cumplir con estándares altos (ya sea académicos, deportivos o sociales) pueden desarrollar sentimientos de insuficiencia o ansiedad. En algunos casos, esta presión los lleva a evitar pedir ayuda, por temor a decepcionar a sus padres.
Los problemas psicológicos en esta etapa de la vida, se caracterizan por cambios de humor, pensamiento y comportamiento, o una combinación de ellos. Provocan malestar y un descenso en su calidad de vida y en su habilidad para funcionar adecuadamente en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
Señales de alerta de que mi hijo puede necesitar terapia
¿Tiene tu hijo alguno de estos síntomas?:
- Irritabilidad.
- Cambios en apetito.
- Cambios en el sueño.
- Aislamiento social
- Impulsividad.
- Pequeños robos.
- Agresividad.
- Mentiras.
- Vandalismo.
Puede ser complicado distinguir entre los cambios normales en la etapa infantojuvenil y los síntomas de una enfermedad mental.
Por desgracia, más de la mitad de todos los trastornos mentales y adicciones comienzan a la edad de los 14 años y 3 de cada 4 comienzan a la edad de 24 años. Como resultado de la terapia infantojuvenil, se reducen las cifras.
Otros signos menos visibles pero significativos incluyen:
- Abandono de actividades o hobbies que antes disfrutaba.
- Evitar conversaciones sobre su vida diaria, lo que podría ser un intento de ocultar problemas.
- Cambios en la forma de relacionarse con amigos: por ejemplo, aislamiento social repentino o conflictos constantes con el grupo de pares.
- Aumento de conductas autolesivas, como cortes o quemaduras.
Es importante no subestimar estas señales y buscar ayuda profesional si los síntomas persisten o interfieren significativamente con la vida diaria del adolescente.
Factores protectores en la adolescencia
Por otro lado, los factores protectores son cruciales para promover el bienestar de los adolescentes, ayudándolos a enfrentar desafíos y prevenir problemas psicológicos.
- Relaciones positivas:
El apoyo emocional de padres, tutores o mentores contribuye al desarrollo de la autoestima y la seguridad emocional. Estas relaciones brindan un espacio seguro para expresar preocupaciones y fortalezas, ayudando a los adolescentes a sentirse escuchados y valorados.
- Actividades estructuradas:
La participación en deportes, grupos artísticos o voluntariados no solo fomenta habilidades sociales, sino que también les proporciona un sentido de propósito. Estas actividades les ayudan a establecer rutinas saludables, mejoran el trabajo en equipo y promueven el compromiso con metas a largo plazo.
- Educación emocional:
Aprender a gestionar emociones y resolver conflictos construye resiliencia. Talleres escolares de inteligencia emocional o sesiones con psicólogos pueden enseñarles a identificar sus emociones y afrontarlas de manera positiva. La educación emocional también mejora sus relaciones interpersonales y su capacidad de adaptación.
- Estilo de vida saludable:
Un equilibrio entre alimentación nutritiva, ejercicio físico y sueño adecuado fortalece tanto la salud mental como física. El ejercicio regular reduce el estrés y la ansiedad, mientras que dormir lo suficiente mejora la capacidad de concentración y el estado de ánimo. Además, una dieta equilibrada proporciona la energía necesaria para afrontar las demandas diarias.
- Amistades saludables:
Una red de apoyo entre amigos respetuosos y confiables es esencial. Las amistades positivas ayudan a los adolescentes a compartir experiencias, superar momentos difíciles y construir habilidades de empatía y cooperación. Evitar amistades tóxicas o perjudiciales es clave para un entorno emocional estable.
- Autoexpresión:
Contar con espacios creativos para expresar emociones, como la música, la escritura o el arte, ofrece un medio para procesar y canalizar sentimientos complejos. Además, estas actividades fomentan la creatividad y el autoconocimiento, ayudando a los adolescentes a conectar con sus propias pasiones y valores.
- Supervisión equilibrada:
Un enfoque parental que combine límites claros con la promoción de autonomía fomenta la seguridad emocional. Los adolescentes necesitan reglas consistentes que establezcan estructura, pero también necesitan espacio para tomar decisiones y aprender de sus experiencias.
Promover estos factores protectores no solo tiene beneficios inmediatos para el bienestar de los adolescentes, sino que también construye bases sólidas para una adultez equilibrada y resiliente. Les ayuda a desarrollar habilidades emocionales, sociales y prácticas que serán fundamentales en sus relaciones, toma de decisiones y manejo del estrés en el futuro. Al fomentar estas prácticas, se contribuye a un ciclo de crecimiento positivo que refuerza su capacidad de afrontar desafíos y mantener un bienestar integral a lo largo de su vida.
¿Cuáles son los trastornos psicológicos más comunes en la adolescencia?
Las señales de alarma que hemos mencionado antes son algunos de los primeros indicios de que algo no va bien, y puede ser desde un mero problema de desadaptación hasta un trastorno mental más grave. A continuación elencamos brevemente algunos de los problemas psicológicos más comunes en terapia:
- Trastornos de conducta.
- Ansiedad.
- Depresión.
- Fobia social o fobia escolar.
- Problemas de agresividad.
- Baja autoestima.
- Mutismo selectivo.
- TDAH
- Consumo y adicción a drogas o alcohol.
- Trastornos de la conducta alimentaria.
- Situaciones de acoso, bullying o ciberbullying.
- Gestión emocional ante situaciones como divorcios o pérdida de seres queridos.
- Adicción al móvil.
- Trastornos de personalidad.
A estos problemas se suman nuevas formas de adicción, como el uso excesivo de videojuegos, que puede interferir en la rutina diaria y las relaciones personales. También se ha identificado un aumento en casos de trastorno de estrés postraumático (TEPT) entre adolescentes que han vivido eventos traumáticos, como accidentes, violencia o abuso.
Además, en los últimos años, se ha observado un incremento en casos de adolescentes que experimentan trastornos relacionados con el sueño, como el insomnio. Esto se debe en parte al uso excesivo de pantallas antes de dormir, que afecta el ritmo circadiano. Dormir mal no solo impacta el rendimiento escolar, sino que también agrava problemas de salud mental como la ansiedad o la depresión.
Como se puede observar, muchos de los problemas que pueden darse se incluyen en distintas áreas de tratamiento, es por tanto muy importante que se contacte con un psicólogo del que se conozcan bien sus áreas de intervención a fin de encontrar lo más adecuado para el menor.
El tratamiento en adolescentes
Los trastornos mentales tienen tratamiento. Cuanto antes se detecten y traten, mayores son las probabilidades de éxito. El tipo de tratamiento que funcione mejor para un adolescente varía según las necesidades del propio adolescente.
Existen diferentes opciones de terapia psicológica para adolescentes:
- Terapia familiar: ayuda a solucionar los problemas familiares y a manejar los comportamientos del adolescente en el hogar familiar.
- Terapia Cognitivo- Conductual: ayuda a reconocer y cambiar patrones de pensamiento y comportamientos insanos para la salud mental.
- Entrenamiento en habilidades sociales: ayuda a los adolescentes con problemas de baja autoestima o dificultades para relacionarse.
- Grupos de apoyo para adolescentes y familia.
- Mediación Familiar.
Algo importante a considerar durante en estos tipos de terapia es que, en la terapia con adolescentes, se asume que el menor ya tiene madurez suficiente como para centrar la intervención en él y no tanto en los padres. Un aspecto fundamental en estos casos es la confianza y el saber manejar adecuadamente el secreto profesional, ya que si bien el psicólogo puede y debe informar a los padres de lo que ocurre en terapia, esto mismo podría afectar negativamente en el vínculo terapéutico. Se le ofrece al adolescente un espacio en el que no será juzgado y en el que pueda exponer todas sus inquietudes y problemas en esta etapa de cambios. Por supuesto los padres también serán relevantes en todo el proceso ya que se escuchará su punto de vista y sus preocupaciones, participando activamente en el proceso terapéutico.
El papel de los padres
En la terapia con adolescentes los padres tienen un rol esencial ya que, en primer lugar, son ellos los que suelen decidir llevarlo o no al adolescente a terapia y son los que plantean unos objetivos determinados para considerar si la terapia ha sido efectiva o no. Un gran punto de conflicto son los casos en los que el adolescente acude a terapia en contra de su voluntad, casos delicados en los que el psicólogo tendrá que evitar posicionarse en un bando u otro.
Los padres tienen un papel muy importante en la terapia con adolescentes. En muchas ocasiones resulta muy difícil sobrellevar la adolescencia de un hijo que vive tantos cambios. Si ya la adolescencia es complicada de por sí, se hace muy duro que encima haya conflictos o problemas como los que estamos abordando, especialmente cuando ves cómo tu hijo/a lo pasa mal y sientes la impotencia de no poder ayudarle.
Aunque al adolescene le cueste admitirlo por los conflictos que pueden llegar a darse con los padres, estos no dejan de ser un punto de referencia fundamental en sus vidas, así como una fuente de seguridad afectiva. Es por tanto esencial que los padres acompañen al adolescente en el proceso terapéutico pese a los conflictos que puedan darse.
El terapeuta además de trabajar con el menor, puede llegar a tener un papel muy importante al trabajar y ayudar a los padres en todo lo referente a su hijo, tanto la resolución de conflictos como el alivio emocional ante el agobio o el estrés que suelen acompañar estos problemas, o incluso ofreciendo psicoeducación para que los padres comprendan mejor los cambios y por lo que está pasando. También tiene un rol fundamental en la mediación de conflictos y búsqueda de soluciones viables cuando las dinámicas familiares impiden que estas discusiones puedan darse de manera efectiva por su cuenta.
La colaboración de los padres con el psicólogo a lo largo de toda la terapia es fundamental. En primer lugar porque ayudarán a poner en práctica técnicas de modificación de conducta (en los casos que sea necesario) y vigilar las conductas del adolescente en el tiempo entre terapias, algo que tiene en común este tipo de terapia con la terapia de niños.
Que los padres también estén cuidados por un terapeuta, les ayudará a contar con la energía apropiada para hacer el papel tan necesario que tienen en el desarrollo de su hijo.
La formación y psicoeducación de los padres es una parte clave del éxito terapéutico. Aprender sobre el desarrollo adolescente y las señales de alarma les ayuda a empatizar con lo que está viviendo su hijo. Además, los padres pueden beneficiarse de aprender técnicas específicas, como la comunicación asertiva o la resolución de conflictos, que faciliten la convivencia y el fortalecimiento de los vínculos familiares.
Otra estrategia útil para los padres es practicar el “refuerzo positivo”. Reconocer y valorar los esfuerzos y logros del adolescente, por pequeños que sean, fomenta la motivación y mejora la autoestima. Este enfoque es particularmente útil en adolescentes que luchan con la autocrítica o la sensación de fracaso.